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jueves, 23 de mayo de 2013

Maltrato en parejas gays: el miembro con más poder suele recibir la violencia




El psicólogo Juan Macías analiza para Ociogay.com el fenómeno, aún poco estudiado.

Por Juan Macias
Ociogay.com

La violencia en parejas del mismo sexo es una realidad compleja y poco conocida, se ha opinado mucho pero a veces con poco acierto.

La violencia doméstica es el marco de referencia para interpretar la violencia en pareja, nombra las agresiones físicas, psicológicas, sexuales o de otra índole, que se producen en el ámbito domestico-familiar. Sin embargo intereses políticos han reducido la violencia domestica a la violencia de género (sin cuestionar la necesidad de este enfoque, sino su uso político), se ha armado un sistema de recursos para la violencia domestica que admite únicamente a la violencia en pareja heterosexual cuando el hombre agrede a la mujer. Esta construcción social del hecho violento en pareja, reducido a la violencia de género unidireccional, distorsiona el abordaje a la violencia en parejas del mismo sexo.

La perspectiva de género en el estudio de la violencia es absolutamente imprescindible, pero no suficiente. Existen otras violencias y otras formas de ejercer el poder y la agresión. Se ha propuesto el término “violencia intragénero” para definir la violencia en parejas del mismo sexo. Definirlo en función al género reduce nuestro campo de visión, es preferible un término que aborda de manera igualitaria y sin prejuicios esta realidad: la violencia domestica o en el ámbito familiar. Recupera el énfasis en el tipo de relación, familiar e íntima. Este matiz tiene serias implicaciones sociales, asistenciales y legales. Actualmente una agresión en una pareja de hombres, es tramitada por vía penal de manera similar a una agresión física por parte de un desconocido. Si es una “mujer maltratada”, se tramita de forma distinta y se entiende que la agresión precisa recursos psicológicos, asistenciales y legales; valorando la dificultad de los procesos emocionales, sociales y económicos asociados a la denuncia y al delito. Todo esto no sucede en el caso de dos hombres o dos mujeres. La ley de violencia de género no les incluye, únicamente tienen cabida, hasta ahora de forma excepcional en la ley de violencia domestica (articulo 173.2 del código penal: “… El que habitualmente ejerza violencia física o psíquica sobre quien sea o haya sido su cónyuge o sobre persona que esté o haya estado ligada a él por una análoga relación de afectividad aun sin convivencia…”). Lo esencial no es el género, sino el ámbito y naturaleza de la violencia. La violencia domestica implica procesos emocionales, de poder o dependencia que precisan de apoyo externo y  protección social y legal,  para un menor agredido, para una madre maltratada por su hijo, para una persona dependiente que recibe tratos vejatorios, para un anciano que sufre castigos físicos, para un inmigrante irregular al que sus familiares obligan a prostituirse…y también para un hombre o mujer que sufre violencia en su pareja, independientemente del sexo de esta.

La violencia en parejas del mismo sexo en España, es tan invisible y poco reconocida como lo era la violencia hacia la mujer hace unas décadas, existen muy poca información sobre su prevalencia y características. Estudios internacionales marcan el porcentaje entre un 25% y un 33%, cifra similar al mismo fenómeno en parejas heterosexuales, la edad media de la persona que busca ayuda esta entre los 30 y los 44 años y aunque no hay acuerdo, marcan una tendencia de mayor frecuencia en parejas de mujeres, (en este dato se mezclan muchos factores, el género, las pautas educativas, los modelos de vinculación de pareja, los recursos de ayuda, etc.). Sucede en general en parejas estables, y en algunos casos el estatus legal parece “legitimar” el maltrato. El principal referente nacional es el estudio pionero y muy de agradecer del Centro Aldarte.

Aunque el proceso de violencia en parejas del mismo sexo es similar al de la pareja heterosexual, existen elementos  diferenciales que precisan una exposición detallada. La más significativa es que las parejas de mujeres y las parejas de hombres presentan claras diferencias:

Las parejas de lesbianas donde existe violencia, repiten de forma más visible los patrones heterosexuales asociados a la violencia en pareja. Los celos, la dependencia emocional, el control, la falta de autonomía, el aislamiento social y afectivo, la idea de posesión, la descalificación y humillación, etc. Las discusiones se inician en relación a las “normas” o modelo de pareja, en general en relación al ejercicio de la autonomía, frente a la obligación de lo común. En el ciclo de maltrato, la “luna de miel” o “compensación” la parte que ejerce el maltrato cubre las necesidades, afectivas, emocionales y de seguridad de la pareja, que suele estar aislada y carente.

Sucede con mayor frecuencia en parejas estables y es la persona con mayor poder quien ejerce el maltrato; no necesariamente poder económico o social como en la pareja heterosexual, es “más poder emocional” o fuerza de carácter.

En las parejas jóvenes, es frecuente la llamada violencia cruzada, donde de forma reactiva ambas partes se agreden (aunque una de ellas lo haga en defensa), también presentan con más facilidad agresiones verbales y físicas; mientras que en parejas de más edad está más presente la violencia psicológica y emocional, junto a episodios puntuales de violencia física. El consumo de sustancia aparece en ocasiones asociado a las agresiones físicas, sin ser un dato significativo.

La invisibilidad y el aislamiento son frecuentes, en muchos casos acuden a escondidas a la consulta con miedo a que su pareja lo sepa y a las posibles consecuencias, el castigo  y también el miedo a provocar una ruptura. No suelen contarlo, si lo hacen es con amigos/as y raramente con la familia. No tienen clara la decisión de la ruptura y dudan de su percepción de los hechos, así como de la “solución” a lo que están viviendo.

Las agresiones físicas suelen ser puntuales, las agresiones psicológicas, de control y aislamiento tienden a ser más frecuentes, formando parte de la rutina de la relación. En el caso de las parejas casadas, este estatus parece conferir mayor autoridad a la parte que ejerce maltrato.

El caso de los hombres, aunque en líneas generales responde a patrones similares, la violencia puede aparecer  también en parejas menos estables, incluso en encuentros ocasionales, especialmente en jóvenes (menores de 30), donde vuelve a ser más frecuente la agresión directa, física y verbal. Aunque se vive el hecho como vergonzante, suelen tener procesos rápidos para identificarse como victimas  y para ver como “solución” la ruptura. Buscan más el apoyo cuando lo precisan, contando lo sucedido a amigos y familiares. Con cierta frecuencia responden a la agresión, pero las agresiones físicas suelen suponer un punto de inflexión en la pareja que implica la ruptura. Hay menos facilidad para identificar el maltrato psicológico y reaccionar a él. Suele ser la agresión  física el detonante de la toma de conciencia. Es menos frecuente desarrollar una “identidad” de maltratado, cosa que si sucede en las “mujeres maltratadas” heterosexuales y con cierta frecuencia en las lesbianas; En el caso de los hombres es menos frecuente que incorporen a su autoimagen, a su identidad, el maltrato, suelen vivirlo como algo “puntual”. Excepto cuando se prolonga mucho tiempo, en este caso si se incorpora en la autoimagen la “dificultad” de manejar o salir de este tipo de relaciones, o la “tendencia” a repetir situaciones similares.

En parejas estables encontramos dos realidades muy distintas: De una parte la pareja estable de hombres que repite, siempre con matices, el modelo general de violencia en pareja (que ya conocemos).

Y por otro lado una dinámica nueva que contradice todo lo anterior. Nos encontramos con una pareja estable de edad media-alta  35-50 años, con frecuencia con una diferencia de edad y sobretodo con una marcada diferencia de poder o estatus (económico, cultural o social), puede haber un miembro de la pareja que viva en el domicilio del otro o dependa económica y socialmente de su pareja. Hasta aquí la escena es muy similar al maltrato en al mujer hace 40 años. Lo sorprendente es que el miembro con más poder es quien recibe los malos tratos.

Las diferencias de poder suelen marcar una dinámica muy visible externamente, ante los demás el que ejerce maltrato puede ser sumiso y servicial. Las discusiones suelen iniciarse en torno al ejercicio del poder (ser humillado, depender económicamente, no ser tenido en cuenta, sentirse obligado a  hacer algo…). Estas discusiones pasan con facilidad a la agresión física justificada por sentirse victima de maltrato psicológico, este agresor, luego pide perdón y compensa lo sucedido. Ambos suelen acumular rencor y ambivalencia afectiva. El agredido suele tener clara la decisión de romper la pareja, pero no encuentra la forma de hacerlo, la culpa y el vínculo les paraliza, pues el arrepentimiento del agresor y sus compensaciones, junto con la responsabilidad de afectar a esa persona con su decisión (dejar a esa persona en la calle o sin dinero, o denunciarle cuando esta irregular, etc.) les hacen bloquearse y mantener la relación a su pesar. Esto normaliza las “venganzas” y el ejercicio de una violencia “justificada” en lo “sufrido” anteriormente. Una de las partes, considerada tradicionalmente “agresor”, tiene mayor tendencia  a iniciar las agresiones físicas (que son legalmente el origen del concepto de maltrato y la tipificación de este delito).

Como cierre a estas reflexiones fruto de mi experiencia como psicólogo en estos 16 años (En el programa de Atención a Homosexuales y Transexuales de la Comunidad de Madrid, en gabinete privado especializado en LGTB, la Asesoría Psicológica del COGAM,  Servicios Sociales Generales, en el Programa Paz en Casa, etc.), quiero añadir que estas conclusiones son fruto del análisis de casos, de una casuística amplia en número y variedad, pero no pretende ser  un estudio estadístico. Considero que estas notas pueden ayudar y animar a otros profesionales a profundizar en esta realidad.

Con todo el respeto y mi apoyo a las personas que se han visto atrapadas en relaciones violentas.

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